9.3.19

Viento de lo absoluto

Autor: Alois M. Haas 
Género: Ensayo 
Año: 2009 
País: Suiza 

Frase inicial: 
"El nacimiento de este librito tiene su origen en el interés suscitado por la situación intelectual de la posmodernidad y el debate motivado por dicha situación." 

Haas nos advierte, su preocupación que le motiva a escribir este libro es la de un cristiano católico intelectual. Tal aseveración me motiva la pregunta, ¿cómo un intelectual que recién ha sido envestido con un doctor honoris causa por una universidad de Barcelona puede conservar una preocupación cristiana en lo que él llama la época de la posmodernidad? ¿Qué tiene que hacer aquí la figura cristiana? ¿Es sostenible todavía, y si lo es, desde dónde?

Haas se dedica a la investigación de religiones, mística y espiritualidad. Quizá —especulo— su enfoque de historiador no le ha llevado a cuestionar una fe cristiana que se centra en la vida de un hombre alrededor del cual mucho hay adecuado a servir intereses de una religión. No lo sé. El libro no me arrojó al respecto ninguna luz.

Ahora, si  Haas se declarara místico antes que cristiano, entendería mucho más su interés por el regreso a una tradición en la que no es la figura de un hombre lo que importa sino el vínculo de cualquier hombre para hacia algo más que su propia voluntad.

Lo absoluto tiene el tinte de lo místico, a él se le relaciono la incertidumbre, lo oscuro, lo indecible, lo tranquilo, el éxtasis, la iluminación. Cada quien lo interpreta, desde luego, desde el lugar en el que se encuentra y es trabajo de los investigadores de la mística en encontrar vías de coincidencia, caminos vagamente transitados, preguntas sobre su cabida en la época actual.

Todo lo que puede decirse es nada […] La realidad es absolutamente incomunicable. Es lo que no se parece a nada, que no tiene duración ni lugar en el mundo o en un orden cualquiera […] (Paul Valéry)

Alguna vez pensé, hace algunos años, que viendo el mundo como se ve y cómo parece que puede estar si sigue el mismo curso que hasta ahora, que era fundamental plantear el retorno de las religiones. Pero no del modo en el que siempre han estado, dogmáticas, proveedoras de la enfermedad y la medicina, empresas que requieren clientes cautivos al fin y al cabo. Sin duda el hombre de hoy carece de vínculo, su comportamiento es un grito desesperado que lo demuestra, el vínculo que urge es el vínculo para con la propia existencia y que hoy ha sido sustituido por el culto a la persona, a las construcciones sociales de la identidad que al carecer de arraigo, cualquier temblor violenta al hombre a defender su aparente estabilidad.

La tarea entonces es la deconstrucción del sujeto hombre, dominador, desarraigado, que se sienta sobre una interpretación monolítica de lo real, para contraponerle una pluralidad radical de sentidos frente al único sentido.

El hombre moderno siente que ha abandonado la minoría de edad y que terminada la dependencia religiosa puede sentirse libre. En cambio deja el tutelaje de la religiosidad dogmática para refugiarse bajo las faldas de los dictados del mercado, el cientificismo y el placer evasor de una realidad que se le presenta, ante su espanto, indominable.

Esta es la considerada posmodernidad: el mundo es contingente, arbitrario, multiforme, inestable, indeterminado; la individualidad ha dejado atrás lo singular y la coexistencia del hombre separado y escéptico no permite el cultivo de una identidad propia y coherente.

El hombre de hoy ya no se conforma con el simple tener fe y el creer en algo que no ha visto y del cual nadie, ciertamente, sabe nada. Aún no se ha comprendido que la inefabilidad de aquello otro —o no-otro, absoluto, ser, evento, aperturidad, espacio de decisión, tiempo-espacio originario, etc.— no significa que sea descartable, de que sean ilusiones o fantasías, sino que el lenguaje se ha desarrollado privilegiando lo sustancial, lo demostrable, lo estable.

Y pese a que el hombre adulto puede ver que la realidad es inestable, se aferra a volverla estable. Me pregunto si ya —al fin ya— estamos, como dice Haas, en una apertura intelectual. La realidad está ahí, demostrándonos lo equivocados que hemos estado en este largo tiempo de dominio de lo sustancial —ahora, lo "constante y sonante"—, ¿quién está dispuesto a soltar los viejos esquemas, quién está dispuesto a deponer el dominio de lo humano —globalización, esclavitud moderna—?

El mundo, el hombre, las relaciones, están marcadas por la provisionalidad y la finitud. La caducidad es radical ¿hemos crecido lo suficiente para no solo verlo sino también aceptarlo?

Todo lo que hemos dado por sentado y seguro no son sino esquemas construidos a partir de lecturas de pistas. Los esquemas —categorías, conceptos— no son sino meras tentativas epocales.

nuestro mundo mediático no está orientado en última instancia a la información; es apariencia y una nada sonora, un artefacto ruidoso completamente absurdo. Y es que la "comunicación no informa sobre el mundo sino que lo separa y deforma […] La comunicación diferencia".(Haas)

Los pro-informática se han aventurado a dar una definición de la constitución ontológica del mundo: ni átomos, ni energía: información. Todo reducible a bits: 1, 0 (encendido, apagado). Reducción máxima. Pero, de acuerdo con Haas, el mundo no es ninguna información y ya va siendo hora de que dejemos de querer obtener aquello de lo que está construido todo con el afán del control y la manipulación máxima. Y, atención, tampoco es para hacer de lo inefable la justificación de todo, porque si algo revela es el secreto permanente y este secreto ha de ser respetado como secreto en su sacralidad, ¿qué quiere decir esto? Que la conservación del misterio en la existencia, la aceptación de una realidad inasible, le da al hombre el más valioso de los regalos, el vivir calmado que no corre tras de un fundamento, el vivir relaciones apacibles empezando por la relación con sí mismo que sólo puede darse aceptándose como se es sin tener que darse sentido, es decir, validarse. 

Lo místico, no inefable, lo absoluto, … es la inexpresibilidad de los valores. Lo que valoramos no necesita una justificación, nuestra existencia no necesita justificación, lo que amamos no necesita justificación. Lo absoluto no es lo más lejano, en cambio, lo más cercano, lo más íntimo. La justificación puede proceder en muchos casos, pero no en todos. Justificarse, no en comportamientos, decisiones, sino en el existir mismo, en el ser como se es (por ejemplo, la piel que se tiene o no se tiene, el género que se tiene o no se tiene, las capacidades que se tienen o no se tienen) es autodestructivo. Y el mundo está enfermo de explicaciones, enfermo de lo claro.

La vía mística habla del abandono, del desasimiento (Abegescheidenheit), del anonadamiento, la serenidad (Gelassenheit), la resignación y ello no es sino la experiencia de la suspensión del juicio donde no debiera de haberlo: en la experiencia de la existencia misma que se pierde en lo insalvable del mundo y así abre la mirada.

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