26.3.21

El Tarot del inconsciente


Autor: Giuseppe Badaracco 
Año: 2015 
País: Argentina 
Género: No literario 

Frase inicial:
"A lo largo de los siglos la imaginación de las personas se vio inundada por un misterio aparentemente indescifrable: el del propio futuro."

Aunque el libro comienza levantando el interés de quienes quieren conocer su futuro, el libro no va de adivinación. Lo que sí hace es adentrarnos un poco en la perspectiva de Jung y los arquetipos y por ende, el Tarot aquí es visto como una herramienta para el conocimiento de uno mismo o para el uso psico-terapéutico para lo cual se requiere una formación en psicología. 

Trae, además, una breve introducción a la numerología y al árbol de la vida de la cábala, sólo lo justo para irse haciendo una idea de lo que encierra el Tarot. No trae ninguna explicación de los arcanos mayores y mucho menos una referencia a los arcanos menores. Menciona de pasada en camino del héroe.

El libro consta de 8 unidades, de las cuales las primeras dos me parecen interesantes. 

16.3.21

Las pequeñas memorias


Escritor: José Saramago
Año: 2006
País: Portugal  
Género: Memorias 

Frase inicial: 
"A la aldea le dicen Azinhaga, está en ese lugar por así decirlo desde los albores de la nacionalidad (ya era foral en el siglo XIII), pero de esa estupenda veteranía nada queda, salvo el río que le pasa al lado (imagino que desde la creación del mundo), y que, hasta donde alcanzan mis pocas luces, nunca ha variado de rumbo, aunque se haya salido de sus márgenes un número infinito de veces."

Se trata de un libro breve, de lectura fácil salpicada de palabras que no son usadas en la actualidad (de hecho los contemporáneos de edad de la pandemia usan ya muy pocas palabras y se entiende con el breve vocabulario común muy poco, pero eso es otra historia). Como sea, yo creo que no hay nada mejor para leer este libro que llegar a él con buena disposición y sin expectativas, porque eso de empezar a leerlo teniendo en mente que Saramago fue galardonado con el Nobel, le da al libro una carga inmerecida.

Hay algo que le sucede a poca gente y, por consiguiente, a pocos escritores: la madurez del pensamiento que vuelve a lo básico pero cargado de experiencia humilde. Saramago es uno de ellos. Así que obliga al lector a ser maduro y humilde a la vez; a leer con pausa, a reflexionar, a sonreír y a dejar ir. Muchas veces se busca más de lo que se presenta y en el trayecto uno se pierde de lo simple… lo simple tiene su chiste, ahí se da, sin corazas, desnudo, abierto por completo… lo simple puede, si le dejas, tocarte en lo más profundo y, entonces, transformarte sutil pero rotundamente.

Uno puede leer recuerdo tras recuerdo esperando una historia con gran trama y terminar decepcionado, o puede descubrir, el propio operar de la memoria:

«Muchas veces olvidamos lo que nos gustaría recordar, otras veces, recurrentes, obsesivas, reaccionando ante el mínimo estímulo, nos llegan del pasado imágenes, palabras sueltas, fulgores, iluminaciones, y no hay explicación para ello, no las hemos convocado pero ahí están».

¿Por qué llegan a nosotros esas memorias de Saramago y no otras? Saramago nos contesta: «No me pregunten por qué». ¿Por qué tú mismo recuerdas unas cosas y no otras, a caso más "importantes"? La memoria es un ovillo enmarañado, dos diría el adolescente Saramago, nudos ciegos del que aparece un hilo presumiblemente suelto, uno tira del hilo y el hilo se nos da en la forma de vivo recuerdo que funde el confuso ya sido que presagia el futuro. La memoria no es lineal, construye y se reconstruye, ¿cuándo lo sabremos todo?

«No se sabe todo, nunca se sabrá todo, pero hay horas en que somos capaces de creer que sí, tal vez porque en ese momento nada más podría caber en el alma, en la conciencia, en la mente, comoquiera que se llame eso que nos va haciendo más o menos humanos».

El hombre comprende su mundo desde su lenguaje. El lenguaje configura su mundo pero también el mundo configura su lenguaje. Azinhaga, con su río conectando con el potente Tajo, con con su tierra «lisa como la palma de la mano», configuraron el carácter de sus habitantes y, desde luego, dejaron en Saramago «la marca original de la tierra». ¿Podemos permitirnos impregnar de ese carácter o le vamos a exigir al libro que hable nuestro lenguaje, es decir, desde nuestro mundo?

Este libro no nos va a ofrecer la narración precisa, sin equívocos y sin vueltas que enmarañan las referencias de lugar y tiempo. A esto juega Saramago un rato, y muy a propósito, con los nombres de las calles donde vivió en su peregrinar por la aldea que fue Azinhaga. Saramago hace aquí el papel del abuelo sentado frente a la chimenea contándole a los lectores que se sientan a su alrededor como fue ser cuando era pequeño como tú lo fuiste. La memoria es de aquel pequeño para ti que quizá ya has olvidado cómo fuiste en el mundo, cómo formabas parte del paisaje sin interrogarlo. Hablándole al adulto, despierta al niño; despertando al niño, mueve al adulto a mirar con otros ojos el mundo al que está habituado.

El suelo que pisas, la tierra que habitas, como tú, nunca ha sido la misma. La vida es un retornar continuo como lo muestran «los soles y las lunas, las riadas y las sequías, los fríos y los calores, los vientos y las calmas, los dolores y las alegrías, los seres y la nada

«Las cosas son como son, ahora se nace, luego se vive, por fin se muere, no vale la pena darle más vueltas», excepto que podemos recordar y, con ello, mantener en vida lo que otros ya han olvidado o lo que nadie más a presenciado. Por ejemplo, las hectáreas de olivares que, sosteniéndose por más de dos o tres siglos, «fueron inmisericordiamente arrasadas»; no sólo se ha perdido un árbol, también el antiguo habitar humilde entre olivos que daban «luz a los candiles y sabor a los guisos»; los troncos retorcidos de los olivos, «donde se acogían los lagartos», fueron sustituidos por la uniformidad del maíz híbrido (la uniformidad del control y la regulación que permea en todas las capas de la nueva comprensión del mundo que deja fuera a los lagartos y con ello a todo habitar que no es sostenible por esa contagiosa uniformidad). El paso se ha dado, los disparates se han realizado, «inútilmente se llorará el aceite derramado». Hay ciclos, ese retornar continuo, pero no hay vuelta atrás.